En la llamada primera fundación, Pedro de Mendoza llamó al lugar Real de Nuestra Señora Santa María del Buen Ayre (ver Imagen de Nuestra Señora del Buen Ayre en la catedral metropolitana de Buenos Aires, advocación de la que tomó el nombre la ciudad), para cumplir la promesa que hiciera a la Patrona de los Navegantes, que se hallaba en la Cofradía de los Mareantes de Triana y de la que él era miembro. En efecto, “Buen Ayre”, la castellanización del nombre de la Virgen de Bonaria, es decir de la Virgen de la Candelaria, a quien los padres mercedarios habían levantado un santuario para los navegantes en Cagliari, Cerdeña, y que era venerada también por los navegantes de Cádiz, España. Mendoza no fundó una ciudad, sino que estableció un simple asentamiento.

Catedral_Metropolitana_de_Buenos_Aires_-_20130309_145928Por muchos años se le atribuyó el nombre a Sancho del Campo, de quien Ruy Díaz de Guzmán en su obra La Argentina manuscrita recogió la frase: ¡Qué buenos aires son los de este suelo!, que pronunció al bajar. Sin embargo, en 1892, Eduardo Madero, tras realizar exhaustivas investigaciones en los archivos españoles, terminaría por concluir que el nombre estaba íntimamente relacionado con la devoción de los marinos sevillanos por Nuestra Señora de los Buenos Aires.

Con la llamada segunda fundación se fundó oficialmente la ciudad, recibiendo de su fundador Juan de Garay el nombre de Ciudad de la Trinidad, que fue el nombre oficial de la ciudad hasta 1996. La razón sería que la festividad más importante cercana a la fecha había sido la de la Trinidad o, según algunos historiadores, porque la nave ancló el día de dicha festividad. Pero al puerto le dio el nombre de Puerto de Santa María de los Buenos Ayres. Sin embargo, los designios del vizcaíno no tuvieron éxito, ya que, a pesar de que jamás hubo disposición oficial alguna que cambiara su nombre, el uso inapelablemente consagró desde el primer momento el nombre de Buenos Aires para la ciudad.

En la Argentina suelen referirse a ella con distintas denominaciones. El nombre de Capital Federal es uno de los más utilizados —sobre todo para diferenciarla de la provincia homónima—, en alusión a la condición de distrito independiente que adquirió con la ley de federalización que promulgara Julio Argentino Roca. Muchas veces también se usa la expresión «Ciudad de Buenos Aires», o sencillamente «Buenos Aires», aunque esta última se presta a confusión con la provincia lindante, de la que fue su capital hasta 1880, año en que fue federalizada.

«Ciudad de Buenos Aires» y «Ciudad Autónoma de Buenos Aires» son las dos denominaciones que oficialmente le dio la Constitución de la ciudad sancionada en 1996. Es por esto que también suele emplearse la abreviatura ‘CABA’ para mencionarla. Informalmente suele llamársela Baires, apócope de la forma original, común dentro de la ciudad pero poco utilizada en el interior del país. Poéticamente se le han atribuido numerosos nombres, tales como la París del sur, por su belleza arquitectónica y su carácter cultural; o la Cabeza de Goliat, según un ensayo de Ezequiel Martínez Estrada, en alusión a su tamaño e influencia desproporcionada sobre el resto del país; o la Reina del Plata, como la denominanManuel Jovés y Manuel Romero en un famoso tango, tomando una metáfora que ya había utilizado Esteban Echeverría en su poema Avellaneda.

Segunda Fundación

La segunda fundación porteña fue comandada por el vasco Juan de Garay, pero protagonizada en su mayoría por pobladores originarios de lo que es hoy Paraguay; repasá el paso a paso de su emblemática historia.

La segunda fundación de la Ciudad Buenos Aires, de la que este sábado 11 de junio de 2016, se cumplen 441 años, fue comandada por el vasco Juan de Garay, pero protagonizada en su mayoría por pobladores originarios de lo que es hoy Paraguay.

Garay salió de Asunción y no de España, al frente de 66 personas, de las cuales 10 eran españolas y las demás nativas, trayendo ganado, herramientas y -fundamentalmente- armas.

La travesía de los cerca de 1.200 kilómetros que separan a la capital paraguaya de las costas del Río de la Plata demandó tres meses, con una escala en la región donde hoy se levanta la ciudad de Santa Fe.

Los viajeros empezaron a trazar la futura ciudad el 28 de mayo de 1580, media legua al norte (actual Plaza de Mayo) del lugar que ocupó la primera Buenos Aires fundada por Pedro de Mendoza en los terrenos que hoy ocupa el Parque Lezama.

El acto formal de fundación tuvo lugar el 11 de junio. En la traza planificada por Garay y sus hombres figuraban 250 manzanas destinadas a los pobladores, el emplazamiento de un fuerte, una Plaza Mayor, tres conventos y un hospital. Cada poblador recibió fuera de la ciudad una huerta de cuatro hectáreas; se nombraron las autoridades y se eligió patrono a San Martín de Tours.

La primera Buenos Aires había sido abandonada en 1541, cuando los pocos colonos que quedaban de la expedición de Mendoza vaciaron los ranchos de paja y barro que habían construido, quemaron el fuerte y escaparon a Asunción castigados por el hambre y perseguidos por los querandíes.

Casi 40 años más tarde, el 11 de junio de 1580, los españoles insistieron y fundaron la ciudad por segunda vez, en una ceremonia que estuvo encabezada por Garay y su esposa en lo que es actualmente la Plaza de Mayo. Como antes, los querandíes intentaron expulsar a los invasores, pero los españoles habían llegado preparados con más y mejores armas.

Los querandíes fueron derrotados en varias batallas y se retiraron al interior del país. Hasta el día de hoy, uno de los partidos del Gran Buenos Aires lleva en su nombre el recuerdo de esos sangrientos combates: La Matanza.

Garay no bautizó la metrópoli con su denominación actual: le puso Ciudad de Trinidad y Puerto de Santa María del Buen Ayre, pero desde el principio, la gente se acostumbró a llamarla por el nombre del puerto, que, con los años, se acortó hasta convertirse en Buenos Aires.

Favorecidos por las condiciones del suelo y del clima de las llanuras pampeanas, los caballos traídos por Mendoza y abandonados luego al despoblarse Buenos Aires, así como las vacas y toros introducidos por Garay, se reprodujeron en gran cantidad y constituyeron la más importante fuente de recursos para los habitantes del Río de la Plata en la época hispánica.

Los pobladores de Buenos Aires habían recibido en propiedad solares e indios que fueron otorgados por Garay, y también el derecho de explotar el ganado salvaje. Debido a la falta de cercados, los animales cimarrones se expandieron por el centro del país, y como otros colonizadores explotaban esa riqueza, los habitantes reclamaron sus derechos sobre la misma.

Las tropillas de ganados cimarronas constituían un constante peligro para los pequeños sembrados que rodeaban a las ciudades y los labradores sufrían grandes perjuicios, ya que los animales pisoteaban y destruían los cultivos de las huertas.

Con el fin de apoderarse de la carne, y especialmente del cuero y el sebo, que se exportaban, los españoles organizaban matanzas llamadas «vaquerías» donde se sacaban aquellos productos y el resto se desperdiciaba.

La zona contaba con importantes defensas naturales. Las aguas poco profundas hacia el estuario del Río de la Plata no permitían la llegada directa de naves enemigas, mientras que las barrancas que bordean el territorio entre el Riachuelo y el arroyo Maldonado permitían controlar a quienes se acercaban por el río.

Durante los primeros dos siglos, los porteños sufrirían todo tipo de necesidades, ya que el poblado estaba alejado de todo centro comercial importante, no existían ninguno de los elementos necesarios para sobrevivir dignamente y no podían fabricarlos en la ciudad.

España privilegiaba los puertos sobre el Pacífico y por lo tanto marginaba a Buenos Aires, que sólo recibía dos navíos de registro por año, y hubo lustros en los que no llegó ninguno.

La importancia de la ciudad aumentó cuando los conceptos internacionales de riqueza dejaron de regirse exclusivamente por las piedras y metales preciosos y se valorizaron otros productos, como el cuero, que era muy demandado en la época.

En efecto, el contrabando era pagado con la única fuente de riqueza que existió hasta principios del siglo XVII, que era la venta del cuero que se obtenía de la matanza de rebaños de bovinos sin dueños que vagaban por los campos, según reseñaron distintos historiadores.