El espacio verde está en Libertador y Dorrego. Allí se emplaza una obra que evoca a los muertos de la Embajada de Israel y la AMIA, como recordatorio local.

En Palermo está la Plaza de la Shoá. Fue presentada por el Jefe de Gobierno en mayo de 2012 como «un punto de encuentro, de memoria y de reflexión sobre uno de las peores tragedias que vivió la humanidad». Sin embargo, la gran expectación estaba puesta en el futuro monumento que iba a recordar a los fallecidos del Holocausto.

«Es un lugar de paseo, pero también de reflexión y memoria. Ojalá sirva para que mucha gente, y sobre todo las generaciones futuras, tomen conciencia», había dicho el entonces Ministro de Ambiente y Espacio Público de la Ciudad, Diego Santilli.

Años más tarde, llegó el emplazamiento del Monumento Nacional a la Memoria de las Víctimas del Holocausto Judío, una pared de 114 enormes bloques de hormigón, de casi 40 metros de largo y 4 de alto, obra de los arquitectos Gustavo Nielsen y Sebastián Marsiglia, ganadores hace seis años del concurso convocante.

Son 114 bloques los que componen la obra. Se trata de un número que no surge de la tradición judía ni de la kabbalah: las primeras 29 «piedras» recuerdan a las víctimas de la Embajada de Israel (1992) y las restantes 85, a los muertos del atentado a la AMIA (1994).

«El número de bloques fue una idea aceptada en 2009, cuando ganamos el concurso, pero ahora resulta algo no muy bien visto, incluso dentro de la comunidad judía. Es como si algo hubiera cambiado».

 Monumento a las Víctimas del
Holocausto Judío en Buenos Aires

La apuesta de los autores fue jugar con el simbolismo de los bloques de hormigón y mostrar la perspectiva histórica y presente de los holocaustos. En los bloques, imprimieron bajorrelieves de casi mil objetos cotidianos, como celulares, ropa, libros, instrumentos musicales, vajilla, electrodomésticos, televisores, chupetes, baberos, bicicletas y zapatos porque «son objetos de la vida común de un ciudadano contemporáneo», tal como reconocen los creadores.

Además tanto Nielsen como Marsiglia dicen que nunca quisieron que el monumento fuera un registro documental del holocausto histórico, con objetos de las víctimas o emblemas judíos tradicionales, como una estrella de David o un candelabro de siete brazos. «La nuestra es una aproximación poética –dice Nielsen, que también es escritor–. Por eso, elegimos objetos que nos transforman a todos en seres culturales, que pueden estar en todas las casas argentinas».

Una pared de 114 enormes bloques de hormigón, de casi 40 metros de largo y 4 de alto, espera el momento de convertirse en el homenaje argentino a las víctimas del Holocausto judío. Está junto al terraplén del ferrocarril Mitre, en Avenida del Libertador y Avenida Dorrego, cerca de donde el 5 de febrero de 1996 Marcela Iglesias, una nena de seis años que caminaba por ahí, murió aplastada por una escultura ubicada fuera de la galería De Brucke.

Esta zona, lindera a los Bosques y Lagos está ubicada en paralelo a las recovas ubicadas bajo el paso del tren Mitre, donde en los últimos tiempos se instaló un polo gastronómico con locales de café, hamburguesas y gimnasios, a pesar de la lucha vecinal por resguardar este sitio y respetar las leyes de protección histórica que resguardan los arcos palermitanos.