Manuel Belgrano, puede decirse, murió dos veces. La primera vez fue, sin gran pompa, el 20 de junio de 1820, «el día de los tres gobernadores» relatado por Bartolomé Mitre. La segunda vez fue con un funeral organizado el 29 de julio de 1821 por el gobernador bonaerense Martín Rodríguez y su joven ministro, Bernardino Rivadavia. Entre ambas fechas se resuelve la crisis política que vivía Buenos Aires a raíz de la caída del Directorio en la batalla de Cepeda —febrero de 1820— y el surgimiento de los caudillos provinciales. Además, en un proceso que llevaría toda la década, se afirman ya las primeras provincias autónomas —Buenos Aires será una más, entre catorce— desprendidas del pasado virreinal y de sus antiguos límites.

La representación más conocida de la muerte de Manuel Belgrano el 20 de junio de 1820.

La primera muerte de Belgrano pasó inadvertida y, de algún modo, marcó el final de una época. Como anota la historiadora Noemí Goldman «con la caída del poder central en Cepeda se disolverá el Congreso de Tucumán y la autoridad que él había impulsado —la figura del Director Supremo de las Provincias Unidas, como Pueyrredón y luego Rondeau— mientras surge una nueva entidad política, la provincia de Buenos Aires. Se disgrega la antigua estructura virreinal».

«Triste funeral, pobre y sombrío, que se hizo en una iglesia junto al río, en esta capital al ciudadano, brigadier general Manuel Belgrano», escribió el sacerdote Castañeda en su periódico, «El despertador teofilantrópico». En junio de 1820, fue el único diario que lo recordó, en una ciudad temerosa por las tropas del caudillo santafesino Estanislao López y el entrerriano Francisco Ramírez, mientras tres gobernadores se disputaban el poder. Uno de los gobernadores era Estanislao Soler, apoyado por López y el Cabildo de Luján. El otro era Ildefonso Ramos Mejía, quien ese mismo 20 de junio renunció ante la Junta de Representantes. El tercer gobernador en disputa era el Cabildo de Buenos Aires, que ante la renuncia de Ramos Mejía decidió reasumir el poder.

Mausoleo de Manuel Belgrano en el Convento de Santo Domingo.

Belgrano murió a las 7 de la mañana, en la casa de su padre, el comerciante Domingo Belgrano. Tenía 50 años y el hígado destrozado. Como relata Mitre, el abo gado educado en Salamanca, el hombre que había salvado la Revolución de Mayo con las batallas de Tucumán (1812) y Salta (1813), estaba en la miseria. El mármol de la cómoda de un hermano suyo, Miguel Belgrano, se usó como lápida. El ataúd de pino, cubierto con un paño negro y cal, se ubicó junto a la puerta del atrio de Santo Domingo. Belgrano le había pagado a su médico, el escocés Redhead, con un reloj de bolsillo. Otro amigo médico, Juan Sullivan —que haría la autopsia— tocaba el clavicordio para alegrarlo en sus últimas horas. Murió rodeado de frailes dominicos, familiares —como su hermana Juana— y algunos amigos, como Manuel de Castro y Celedonio Balbín.

Aquel «fatídico año de 1820» como lo llamaron quienes lo vivieron, Buenos Aires tuvo en pocos meses una decena de autoridades elegidas por cabildos abiertos, elecciones indirectas y revueltas militares, hasta que en octubre se afirmó Martín Rodríguez, apoyado por las milicias de hacendados como Juan Manuel de Rosas. En abril de 1820 el gobernador era Ramos Mejía y le había pagado a Belgrano 300 pesos a cuenta de sueldos atrasados —más de 13.000 pesos, según los estudiosos— como jefe del Ejército del Perú, un cargo para el que había sido nombrado en agosto de 1816 por el entonces Director Supremo, Pueyrredón.

Como no había dinero en las cajas del Gobierno, Ramos Mejía pagó también con 250 quintales de mercurio —propiedad fiscal— que Belgrano podría vender para «socorrer mis extremas necesidades que no admiten espera», como le escribió en una carta a la Junta de Representantes porteña. El 26 de mayo, la Junta dispuso que el Gobierno le diera 500 pesos más y el 7 de junio, otros 1.500.

Desde fines de 1816 y hasta setiembre de 1819, cuando renunció por su mala salud, Belgrano estuvo al frente de un ejército de 2.400 hombres y 12 cañones estacionados en Tucumán. Cada vez más enfermo, debía cuidar las espaldas de Güemes, que sostenía el frente norte en Salta contra las invasiones españolas que venían del Alto Perú. También sin dinero, en abril de 1819 le escribía a su sobrino Ignacio Alvarez Thomas: «El ganado no aparece y yo no lo he de arrebatar de los campos, tampoco los caballos que me dice el Delegado Directorial, ni pienso tocar uno que no sea venido de ese modo o comprado. Desengañémonos, nuestra milicia, en la mayor parte, ha sido la autora con su conducta de los terribles males que tratamos de cortar».

El segundo funeral

Lejos ya de aquellas penalidades, la segunda muerte de Belgrano —el «figurado entierro» de que habla Rafael Alberto Arrieta— llegaría un año después de su muerte real, el domingo 29 de julio de 1821. Un funeral cívico, modelo para los que se repetirán después, como el de Manuel Dorrego en 1829. Según cuenta Arrieta, desde la mañana el cañón del Fuerte de Buenos Aires disparaba una salva cada cuarto de hora, anunciando que la ciudad estaba de duelo. El cortejo salió de la casa mortuoria a las 9 y llegó a la Catedral al mediodía, porque iba parando en cada esquina. Un armazón que supuestamente llevaba el cuerpo de Belgrano, era cargado por frailes. Los comercios estaban cerrados, la gente se agolpó en la Plaza Mayor para ver la formación de regimientos de línea y artillería, con uniformes de luto.

Cuatro cañones dispararon cuando el cortejo entró en la Catedral, encabezado por el gobernador Martín Rodríguez y sus ministros, entre ellos Bernardino Rivadavia. Allí se veían banderas ganadas a los españoles, iluminadas por velones de cera. Valentín Gómez recordó a Belgrano desde el púlpito, luego de la misa. Y a la tarde, la elite se reunió en la casa de Manuel Sarratea, frente al atrio de Santo Domingo, para un banquete abierto con el brindis de Rivadavia, que propuso una campaña para recolectar fondos y fundar cerca una ciudad, llamada Belgrano.

A la noche siguiente, la actriz Ana María Campomanes dedicó la función en el Teatro Coliseo «al ilustre porteño gene ral don Manuel Belgrano». Se estrenó una obra patriótica «La batalla de Tucumán», que siguiendo el estilo neoclásico de la época, mostraba a Belgrano compartiendo el Olimpo con los dioses griegos.

El culto a Belgrano se afirmó en 1873, cuando el presidente Sarmiento inauguró la estatua ecuestre en la Plaza de Mayo. En 1887 Mitre publicó su monumental biografía. En 1903 Roca inauguró el mausoleo en Santo Domingo. Y en 1938, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, el presidente Roberto Ortiz estableció por ley el 20 de junio como Día de la Bandera.

La bandera argentina

La creación de la bandera de la Argentina es generalmente atribuida a Manuel Belgrano, quien hizo una bandera a principios de 1812 usando los colores blanco y celeste conforme a los de la escarapela ya oficializada,​ pero se desconoce cuál era la intensidad del color celeste y cuál era su diseño -el que varía en la cantidad de dos a tres franjas y en su ubicación horizontal o vertical- ya que la bandera oficial finalmente adoptada es la menor que fue la que estableció el Congreso de Tucumán -como símbolo patrio de las Provincias Unidas del Río de la Plata- mediante la ley del 26 de julio de 1816, la dividió en tres franjas horizontales de igual tamaño, de color celeste la superior e inferior y de color blanco la central, a la que se le agregó el Sol de Mayo, establecido por la ley del 25 de febrero de 1818.

Argentina señala que Manuel Belgrano se inspiró en los colores blanco y celeste del firmamento, que coinciden asimismo con varias populares advocaciones de la Virgen María cuyas vestes tradicionalmente son o han sido albicelestes.

En rigor ninguna de las teorías se contradice sino que son complementarias ya que los colores del cielo representan al manto de la Virgen María cuyos colores fueron elegidos por los reyes de la casa de Borbón en España para su presea o condecoración más importante entonces otorgada: la Orden de Carlos III. Sobre la base de esta presea surgió durante las Invasiones Inglesas la escarapela y el penacho del Cuerpo de Patricios en Buenos Aires.

La bandera izada en Rosario

El 27 de febrero de 1812 Belgrano ofició al gobierno:

Las banderas de nuestros enemigos son las que hasta ahora hemos usado; pero ya que V.E. ha determinado la escarapela nacional con que nos distinguiremos de ellos y de todas las naciones, me atrevo a decir a V.E. que también se distinguieran aquéllas, y que en estas baterías no se viesen tremolar sino las que V.E. designe. ¡Abajo, Excelentísimo Señor, esas señales exteriores que para nada nos han servido y con las que parece que aún no hemos roto las cadenas de la esclavitud!

Sin esperar respuesta, al día siguiente —27 de febrero de 1812— Belgrano inauguró la batería de artillería que llamó Independencia en la isla del Espinillo —hoy perteneciente a Entre Ríos— a orillas del río Paraná, próxima a la Villa del Rosario, la actual ciudad de Rosario.4​ En solemne ceremonia realizada sobre las barrancas que dan al río Paraná, —generalmente se supone que en el sitio en donde se estaba construyendo la batería Libertad5​— Belgrano dio a conocer por primera vez la bandera de su creación. La tradición local señala que esa primera bandera fue confeccionada por una vecina de Rosario: María Catalina Echevarría de Vidal, y quien tuvo el honor de izar la enseña fue el civil Cosme Maciel, también vecino de Rosario.

¡Soldados de la Patria! En este punto hemos tenido la gloria de vestir la escarapela nacional que ha designado nuestro Excmo. Gobierno: en aquel, la batería de la Independencia, nuestras armas aumentaran las suyas; juremos vencer a nuestros enemigos interiores y exteriores, y la América del Sur será el templo de la Independencia y de la Libertad. En fe de que así lo juráis, decid conmigo ¡Viva la Patria!

Señor capitán y tropa destinada por la primera vez á la batería Independencia; id, posesionaos de ella, y cumplid el juramento que acabáis de hacer.

Retrato de Belgrano tomando juramento a las tropas en las barrancas del río Paraná en 1812. Óleo sobre tela. Autor: Rafael del Villar. Fecha de ejecución: 1947.

De esas acciones ofició al gobierno:

Excmo. Señor,

En este momento, que son las seis y media de la tarde, se ha hecho salva en la batería de la Independencia, y queda con la dotación competente para los tres cañones que se han colocado, las municiones y la guarnición.

He dispuesto para entusiasmar las tropas y á estos habitantes, que se formasen todas aquellas, y les hablé en los términos de la copia que acompaño.

Siendo preciso enarbolar bandera, y no teniéndola, la mandé hacer blanca y celeste, conforme á los colores de la escarapela nacional: espero que sea de la aprobación de Vuestra Excelencia.
Rosario, 27 de febrero de 1812. Excmo. Señor,

Manuel Belgrano.

Excmo. gobierno superior de las Provincias del Rio de la Plata.

El hecho de que Belgrano escribiera blanca y celeste y no celeste y blanca, es considerado por algunos autores para afirmar que esa bandera tenía dos franjas horizontales, una blanca arriba y otra celeste abajo; y por otros como blanca, celeste y blanca. La distribución blanca y celeste coincide con la escarapela de borde blanco y fondo celeste que aparece en el retrato de Francisco Ortiz de Ocampo existente en el Museo Histórico Nacional en Buenos Aires.

De las comunicaciones de Belgrano algunos autores deducen que la bandera fue colocada en la batería Independencia, pues la batería Libertad no estaba terminada y no fue mencionada por Belgrano. Apoya esta opinión la comunicación de Belgrano al gobierno del 18 de julio de 1812, en donde expresa: «En seguida se circuló la orden, llegó á mis manos; la batería se iba á guarnecer, no habia bandera, y juzgué que sería la blanca y celeste la que nos distinguiria como la escarapela, y esto, con mi deseo de que estas provincias se cuenten como una de las naciones del globo, me estimuló á ponerla.»

Juramento de Jujuy

El mismo 17 de mayo El 3 de marzo de 1812 el Triunvirato prohibió al general Belgrano utilizar la bandera de su creación, por razones de política internacional basadas en la máscara de Fernando VII, ordenando que la ocultara disimuladamente y que la reemplazara por la usada en el fuerte de Buenos Aires, la rojigualda, que se le envió.

Se ha impuesto esta superioridad por el oficio de Vuestra Señoría de 27 del pasado, de haber quedado expedita la batería que nombra de la Independencia y de lo demás que ha practicado, con el objeto de entusiasmar la tropa de su mando. Así la situación presente, como el orden y consecuencia de principios á que estamos ligados, exige por nuestra parte, en materias de la primera entidad del Estado, que nos conduzcamos con la mayor circunspección y medida; por eso es que las demostraciones con que Vuestra Señoría inflamó á la tropa de su mando, esto es, enarbolando la bandera blanca y celeste, como indicante de que debe ser nuestra divisa sucesiva, las cree este gobierno de una influencia capaz de destruir los fundamentos con que se justifican nuestras operaciones y protestas que hemos sancionado con tanta repetición, y que en nuestras comunicaciones exteriores constituyen las principales máximas políticas que hemos adoptado. Con presencia de esto y de todo lo demás que se tiene presente en este grave asunto, ha dispuesto este gobierno que sujetando Vuestra Señoría sus conceptos á las miras que reglan las determinaciones con que él se conduce, haga pasar como un rasgo de entusiasmo el suceso de la bandera blanca y celeste enarbolada, ocultándola disimuladamente y subrogándola con la que se le envia, que es la que hasta ahora se usa en esta fortaleza, y que hace el centro del Estado; procurando en adelante no prevenir las deliberaciones del gobierno en materia de tanta importancia y en cualquiera otra que, una vez ejecutada, no deja libertad para su aprobación, y cuando menos, produce males inevitables, difíciles de reparar con buen suceso.

Como entre el 1 y el 2 de marzo de 1812 Belgrano emprendió la marcha al norte de inmediato para hacerse cargo del Ejército del Norte, no tomó conocimiento de la orden de desechar la bandera emitida el 3 de marzo, la cual fue recibida en Rosario por el comandante que remplazó a Belgrano, quien debió cumplir la orden de retirar la bandera que algunos autores suponen ondeaba en la batería Independencia.

Luego de avanzar hasta San Salvador de Jujuy, el 25 de mayo de 1812 celebró el segundo aniversario de la Revolución de Mayo con un Te Deum en la iglesia matriz, durante el cual el canónigo Juan Ignacio Gorriti bendijo una bandera. Belgrano hizo jurar a las tropas la bandera, que él llamó nacional:

Soldados, hijos dignos de la patria, camaradas míos: (…) el 25 de mayo será para siempre memorable en los anales de nuestra historia, y vosotros tendréis un motivo mas dé recordarlo, cuando, en él por primera vez, veis la bandera nacional en mis manos, que ya os distingue de las demás naciones del globo, sin embargo de los esfuerzos que han hecho los enemigos de la sagrada causa que defendemos, para echarnos cadenas aun mas pesadas que las que cargabais (…) no olvidéis jamas que nuestra obra es de Dios, que él nos ha concedido esta bandera, que nos manda que la sostengamos, y que no hay una sola cosa que no nos empeñe á mantenerla con el honor y decoro que le corresponde. Nuestros padres, nuestros hermanos, nuestros hijos, nuestros conciudadanos, todos, todos, fijan en vosotros la vista y deciden que á vosotros es á quienes corresponderá todo su reconocimiento, si continuáis en el camino de la gloria que os habéis abierto. Jurad conmigo ejecutarlo así, y en prueba de ello repetid: ¡Viva la patria!

Se desconoce si la bandera izada en Rosario fue llevada por Belgrano a Jujuy o si quedó en la guarnición de las baterías, de acuerdo a la usanza militar que prescribe que las banderas pertenecen a los cuerpos militares y no a sus comandantes, y en tal caso si fue eliminada por el nuevo comandante de las baterías.

El 29 de mayo Belgrano informó al gobierno sobre los festejos del 25 de mayo:

Excmo. Señor,

He tenido la mayor satisfacción de ver la alegría, contento y entusiasmo con que se ha celebrado en esta ciudad el aniversario de la libertad de la patria, con todo el decoro y esplendor de que ha sido capaz, así con los actos religiosos de vísperas y misa solemne con Te Deum, como la fiesta del alférez mayor D. Pablo Mena, cooperando con sus iluminaciones propias á su regocijo.

La tropa de mi mando no menos ha demostrado el patriotismo que la caracteriza: asistió al rayar el dia á conducir la bandera nacional, desde mi posada, que llevaba el barón de Holemberg, para enarbolar en los balcones del ayuntamiento, y se anunció al pueblo con quince cañonazos.
Concluida la misa, la mandé llevar á la iglesia, y tomada por mí la presenté al D. Juan Ignacio Gorriti, que salió revestido á bendecirla, permaneciendo el presidente, el cabildo y todo el pueblo en la mayor devoción en este santo acto.

Verificada que fue, la volví á manos del baron para que se colocase otra vez donde estaba, y al salir de la iglesia se repitió otra de igual número de tiros con grandes vivas y aclamaciones.
Por la tarde se formó la tropa en la plaza, y fui en persona á las casas del ayuntamiento, donde este me esperaba con su teniente gobernador: saqué por mí mismo la bandera y la conduje acompañado del expresado cuerpo, y habiendo mandádose hacer el cuadro doble, hablé á las tropas, según manifiesta el n° 1, las cuales juraron con todo entusiasmo, al son de la música y última salva de artillería, sostenerla hasta morir.

En seguida, formados en columna, me acompañaron á depositar la bandera en mi casa, que yo mismo llevaba en medio de Aclamaciones y vivas del pueblo, que se complació de la señal que ya nos distingue de las demás naciones, no confundiéndonos igualmente con los que á pretexto de Fernando VII tratan de privar á la América de sus derechos, y usan las mismas señales que los Españoles subyugados por Napoleón.

Á la puerta de mi posada hizo alto la columna, formó en batalla, y pasando yo por sobre las filas la bandera, puedo asegurar á Vuestra Excelencia que vi, observé el fuego patriótico de la tropas, y también oí en medio de un acto tan serio murmurar entre dientes: «Nuestra sangre derramaremos por esta bandera (…)»

No es dable á mi pluma pintar el decoro y respeto de estos actos, el gozo del pueblo, la alegría del soldado, ni los efectos que palpablemente he notado en todas las clases del Estado, testigo de ellos: solo puedo decir que la patria tiene hijos que sin duda sostendrán por todos medios y modos su causa, y que primero perecerán que ver usurpados sus derechos.
(…) Dios guarde á Vuestra Excelencia muchos años.
Jujui, 29 de mayo de 1812.

Manuel Belgrano.

Excmo. superior gobierno de las Provincias Unidas del Rio de la Plata.

El Triunvirato amonestó por ello a Belgrano el 27 de junio:

Cuando en 3 de marzo último se hallaba Vuestra Señoría en la batería del Rosario, se le dijo lo que sigue:

[repite la comunicación del 3 de marzo de 1812]

Comparando, pues, este gobierno el contenido de este oficio con el de Vuestra Señoría de 29 de mayo próximo pasado y la copia número 1 adjunta, le ha herido una sensación, que solo pudo suspender el precedente concepto de sus talentos y probidad. Los impulsos grandes que de cualquier punto de una esfera se arrojen hacia su centro, ¿qué mas pueden hacerle que oscilarla y excentrificarla? Tales, pues, son los efectos de los procedimientos de Vuestra Señoría en parte. Los que constituyen esta superioridad, que hace el centro ó punto en que gravitan los grandes negocios que el sistema de las relaciones que han de formar ó aproximar á la dignidad de un Estado á unos pueblos informes y derramados á distancias extraordinarias, pero que con sobrada justicia y oportunidad se han avanzado y esfuerzan en constituirlo, no pueden contenerse sino en el punto de un celo enérgico pero prudente. Á Vuestra Señoría le sobra penetración para llegar con ella al cabo de la trascendencia de tal proceder: el gobierno, pues, consecuente á la confianza que ha depositado en Vuestra Señoría, deja á Vuestra Señoría mismo la reparación de tamaño desorden; pero debe igualmente prevenirle que esta será la última vez que sacrificará hasta tan alto punto los respetos de su autoridad, y los intereses de la nación que preside y forma, los que jamas podrán estar en oposición á la uniformidad y orden. Vuestra Señoría á vuelta de correo dará cuenta exacta de lo que haya hecho en cumplimiento de esta superior resolución. Dios guarde á Vuestra Señoría muchos años.

Buenos Aires, 27 de junio de 1812. Al general en jefe Manuel Belgrano.

Belgrano contestó el 18 de julio excusándose en no haber conocido la orden de desechar la bandera:

Debo hablar á Vuestra Excelencia con la ingenuidad propia de mi carácter, y decirle, con todo respeto, que me ha sido sensible la reprensión que me da en su oficio de 27 del pasado, y el asomo que hace de poner en ejecución su autoridad contra mí, si no cumplo con lo que se manda relativo á la bandera nacional, acusándome de haber faltado á la prevención del 3 de marzo, por otro tanto que hice en el Rosario.

Para hacer ver mi inocencia, nada tengo que traer mas á la consideración de Vuestra Excelencia, que en 3 de marzo referido no me hallaba en el Rosario; pues, conforme á sus órdenes del 27 de febrero, me puse en marcha el 1° ó 2 del insinuado marzo, y nunca llegó á mis manos la contestación de Vuestra Excelencia que ahora recibo inserta; pues á haberla tenido, no habría sido yo el que hubiese vuelto á enarbolar tal bandera, como interesado siempre en dar ejemplo de respeto y obediencia á Vuestra Excelencia, conociendo que de otro modo no existiría el orden, y toda nuestra causa iría por tierra.

Vuestra Excelencia mismo sabe que sin embargo de que habia en el ejército de la patria cuerpos que llevaban la escarapela celeste y blanca, jamas la permití en el que se me puso á mandar, hasta que viendo las consecuencias de una diversidad tan grande, exigí de Vuestra Excelencia la declaración respectiva.

En seguida se circuló la orden, llegó á mis manos; la batería se iba á guarnecer, no habia bandera, y juzgué que sería la blanca y celeste la que nos distinguiria como la escarapela, y esto, con mi deseo de que estas provincias se cuenten como una de las naciones del globo, me estimuló á ponerla.

Vengo á estos puntos, ignoro, como he dicho, aquella determinación, los encuentro fríos, indiferentes y tal vez enemigos; tengo la ocasión del 25 de mayo; y dispongo la bandera para acalorarlos y entusiasmarlos, ¿y habré por esto cometido un delito? Lo sería, Excmo. Señor, si, á pesar de aquella orden, yo, hubiese querido hacer frente á las disposiciones de Vuestra Excelencia; no así estando enteramente ignorante de ella; la que se remitiría al comandante del Rosario, y obedecería, como yo lo hubiera hecho si la hubiese recibido.
La bandera la he recogido, y la desharé para que no haya ni memoria de ella, y se harán las banderas del regimiento n° 6 sin necesidad de que aquella se note por persona alguna; pues si acaso me preguntaren por еllа, responderé que se reserva para el dia de una gran victoria por el ejército, y como esta está lejos, todos la habrán olvidado, y se ostentarán con lo que se les presente.
(…)
Jujui, 18 de julio de 1812.
Excmo. Señor, Manuel Belgrano.

Excmo. gobierno de las Provincias del Rio de la Plata.

En esta comunicación Belgrano volvió a decir que la bandera era blanca y celeste. El triunfo lo obtuvo él mismo el 24 de septiembre de 1812 en la batalla de Tucumán.

Juramento del río Pasaje

Ya caído el Primer Triunvirato, en enero de 1813 Belgrano volvió a confeccionar otra bandera, lo cual fue tolerado por la Asamblea del Año XIII al iniciar sus deliberaciones el 31 de enero de 1813, debido probablemente a que sería usada como bandera del Ejército del Norte, y no del Estado. En El Redactor cuando se comenta la sesión del 4 de marzo de 1813 se felicita a la Asamblea por: ver exaltado el pabellón de la patria en el primer período de su feliz instalación.

El día 13 de febrero de 1813, después de cruzar el río Pasaje (desde entonces llamado también Juramento), el Ejército del Norte prestó juramento de obediencia a la soberanía de la Asamblea del Año XIII:

Cumpliendo con lo que Vuestra Excelencia me ordena con fecha 1° del corriente, procedí este día a prestar el reconocimiento y competente juramento de obediencia a la soberana representanción de la Asamblea Nacional bajo la solemnidad respetuosa de las armas a mi mando, y según la fórmula que V.E. me prescribe. El acto creo haber sido uno de los más solemnes que se han celebrado en toda la época de nuestra feliz revolución. La bandera del Ejército fué conducida por el Mayor General D. Eustoquio Díaz Vélez, a quien llevábamos en medio el Coronel Don Martín Rodríguez y yo escoltados de una compañía de granaderos que marchaba al són de música. Formando el Ejército en cuadro, se situó en medio dicho Mayor General con la bandera, proclamé al ejército, anunciándole la nueva que motivaba aquel acto, e hice leer en voz alta el oficio circular de V.E. e impreso adjunto. Inmediatamente presté, por mi parte, el juramento a presencia de las tropas, y bajo la fórmula prescripta, ante el Mayor General, quien lo ejecutó del mismo modo ante mí. Continuaron después los coroneles y comandantes del ejército y, concluido el juramento de éstos, interrogué bajo la misma fórmula a todos los individuos que formaban el cuadro, quienes con sus expresiones y la alegría de sus semblantes, manifestaban la sinceridad de sus promesas y el júbilo que había causado en todos, el logro de sus justos deseos. Colocando después, el Mayor General, su espada en cruz con la asta bandera, todas las tropas en desfilada, la fueron besando de uno en uno, y finalizado éste acto, volvió el mismo Mayor General con la bandera hasta el lugar de mi alojamiento a la cabeza de todos los cuerpos, que le seguían a són de música. Yo no puedo manifestar a V.E. cuanto ha sido el regocijo de las tropas y demás individuos que siguen a éste ejército: una recíproca felicitación de todos por considerarse ya revestidos con el carácter de hombres libres, y las más ardientes y reiteradas protestas de morir antes de volver a ser esclavos, han sido las expresiones comunes con que han celebrado tan feliz nueva y que deben afianzar las esperanzas de cimentar, muy en breve, el gran edificio de nuestra libertad civil.

El hecho fue narrado por el coronel Lorenzo Lugones en sus Recuerdos históricos, mencionando que la bandera era blanca y celeste:

Llegamos al río del Pasaje, punto de reunión general para el ejército, y aquí se recuerda un acto solemne, digno de la historia. Habiendo el ejército formado en parada conforme á la orden general, se presentó en el cuadro, Belgrano con una bandera blanca y celeste en la mano que la colocó con mucha circunpección y reverencia en un altar situado en medio del cuadro, proclamó enérgica y alusivamente y concluyó diciendo; «Este será el color de la nueva divisa con que marcharán á la lid los nuevos campeones de la Patria» (…)

El ejército ratificó su juramento besando una cruz que formaba la espada de Belgrano, tendida horizontalmente sobre el asta de la bandera: con este ceremonial concluyó el acto y el ejército quedó dispuesto para la primera señal de partida.

A distancia de cien pasos del paso del río, sobre la ribera que gira al oeste, á la altura de un notable barranco, había un árbol que por su magnitud se distinguía sobre todos los de sus cercanías; limpiando una parte de su corteza, hacia media altura de un hombre, en medio de un círculo de palma y laurel, dibujado en el tronco del árbol se grabó una inscripción que decía; Río del Juramento, y más abajo la siguiente estrofa:

Triunfaréis de los tiranos
Y á la patria daréis gloria
Si, fieles americanos
Juráis obtener victoria.

Batalla de Salta

El 20 de febrero de 1813 se libró la batalla de Salta, en la cual Belgrano logró un triunfo completo. Esta es la primera batalla que fue presidida por la bandera blanca y celeste, como bandera del Ejército del Norte. Concluida la batalla de Salta la bandera fue colocada en el balcón del cabildo de Salta.

Cuando Belgrano viajó junto a Bernardino Rivadavia en misión diplomática a Londres en 1815 fue retratado por el artista francés Francois Casimir Carbonnier, observándose en el retrato que junto a él hay un detalle de una batalla —la de Tucumán según algunos autores, la de Salta, según otros— en la que ondea una bandera blanca en su mitad superior y celeste en la inferior.

Esta bandera fue usada durante la segunda expedición auxiliadora al Alto Perú hasta la batalla de Ayohuma el 13 de noviembre de 1813. En abril de 1814 Belgrano le escribió desde Santiago del Estero a su sucesor como jefe del Ejército del Norte, José de San Martín:

He dicho a usted lo bastante; quisiera hablarle más, pero temo quitar a usted su precioso tiempo y mis males tampoco me dejan; añadiré únicamente que conserve la bandera que le dejé y que la enarbole cuando todo el ejército se forme (…)

El diseño usado por San Martín en la bandera del Ejército de los Andes que hizo confeccionar en Mendoza a fines de 1816 y jurar el 5 de enero de 1817, coincide en la distribución de los colores con la bandera del retrato de Carbonnier: blanca arriba y celeste abajo.

Adopción de la bandera menor

Cuando retomó la jefatura del Ejército del Norte, en San Miguel de Tucumán en ocasión del cuarto aniversario de la batalla de Tucumán, el 24 de septiembre de 1816 Belgrano adoptó la bandera menor aprobada por el Congreso de Tucumán y se dirigió a las tropas diciendo:

Soldados. Una nueva bandera del ejército os presento, para que reconociéndola sepáis que ella ha de ser vuestra guía y punto de reunión. La que acabo de depositar a los pies de nuestra generala, María Santísima de Mercedes, sirvió al mismo efecto mientras tuve el honor de mandaros. No la perdáis de vista en ningún caso, sea próspero o adverso, pues donde ella estuviere allí me tendréis. Jurad no abandonarla, jurad sostenerla para arrollar a nuestros enemigos y entrar triunfantes, rompiendo las cadenas que cargan sobre nuestros pueblos hermanos. La América y la Europa os miran.; sea el orden, la subordinación y disciplina que observáis y al fin admiren vuestros trabajos, vuestra constancia y vuestro heroísmo, como lo desea vuestro general.

Al decir Belgrano Una nueva bandera del ejército os presento hace pensar a historiadores que estaba presentando al Ejército del Norte una bandera distinta a la que había usado como jefe anterior de ese ejército.

Ley de 1985

La última norma legal sancionada, con referencia a la bandera nacional de argentina, se hizo durante el gobierno del Presidente Dr. Raúl Alfonsín, la Ley nº 23.208, sancionada el 25 de julio, promulgada por decreto 1.541 el 16 de agosto de 1985. Estableció como « bandera argentina única » a la « celeste y blanca con el sol en su centro », y determinó en su artículo 1º quiénes tienen derecho a usar la Bandera Oficial de la Nación, permitiendo tener una bandera nacional única para utilización de todos los argentinos.