La orangutana Sandra ya se encuentra en Estados Unidos y así el traslado más emblemático del Ecoparque porteño cumplió una nueva etapa. Después de un vuelo de 11 horas el animal, acompañado por un veterinario y un cuidador, llegó a Dallas pasadas las 7, donde ahora completará un período de adaptación antes de continuar su viaje hacia el estado de Florida donde será albergada en un santuario para grandes simios, considerado uno de los mejores del mundo. Así lo confirmaron fuentes oficiales.

La travesía de Sandra comenzó ayer a las 14 cuando dejó el Ecoparque porteño en un camión que la trasladó al aeropuerto internacional de Ezeiza. La transportaron en una caja especialmente diseñada de 146 centímetros de largo, 138 cm de alto y 98 cm de ancho, donde fue entrenada durante meses para que no tenga inconvenientes durante el viaje.

El avión aterrizó en el Dallas Fort Worth pasadas la 7 de hoy, hora argentina, y desde allí el traslado continuó vía terrestre en un camión especialmente adaptado. Sandra y sus acompañantes viajarán durante siete horas hasta llegar al Sedgwick County Zoo donde la primer simio en ser considerada persona no humana sujeta a derechos pasará un período de cuarentena que se prolongará entre 40 y 50 días.

En el procedimiento ya están interviniendo dos autoridades sanitarias, el United States Department of Agriculture (USDA) y el Center for Disease Prevention and Control (CDC), que decidirán cuánto tiempo deberá permanecer Sandra en Dallas para luego dirigirse al Center of Great Apes (Centro para Grandes Simios), ubicado en el Estado de Florida.

Este santuario creado en 1997 por su fundadora, Patti Ragan, fue seleccionado por la jueza Elena Liberatori, titular del juzgado N°4 en lo Contencioso Administrativo y Tributario de la Ciudad de Buenos Aires, que llevó adelante el expediente judicial, en diciembre de 2017. Dos años antes Sandra había sido reconocida como persona no humana y se había ordenado su traslado a un santuario acorde a su especie y donde pudiese desarrollar su vida en bienestar.


Fuente: La Nación